No puede ser

Erotismo y amorLa vida de Luisa cambia para siempre por un error. Pero para siempre es mucho tiempo. Un hombre se la volverá a cambiar

Luisa era una chica de pueblo, normal. Guapa. De familia corriente. Familia que con muchos sacrificios la mandó a la gran capital a estudiar una carrera. Sería la primera de la familia en poder estudiar. Con 18 años recién cumplidos, partió hacia su futuro.

Eligió estudiar derecho. Siempre le gustó, quizás influenciada por las películas. Se veía a si misma delante del estrado, defendiendo causas imposibles contra malvados fiscales. Le encantaba fantasear con eso.

Los dos primeros años la cosa fue bien, pero el tercero, se empezaron a torcer. Sus padres tenían problemas y ya no le podían mandar tanto dinero como antes. Tuvo que ponerse a trabajar para poder seguir estudiando.

Con sus primeros trabajos no ganaba mucho, y le quitaban tiempo de estudio. Pero no tenía otra salida. Las calificaciones empezaron a empeorar y ese año sólo consiguió aprobar una asignatura.

No se podía echar atrás. Tenía que seguir adelante costase lo que costase, pero su cuarto año de facultad no pintaba nada bien.

Un día se le acercó una compañera a la que conocía sólo de vista. Era la típica estudiante de derecho. Bien vestida, con ropas caras, gafas Armani y un buen descapotable en el parking.

-Hola. ¿Luisa, no?

-Hola. Sí. Elena, ¿Verdad?

-Te invito a un café. Tengo que hablar contigo sobre un asunto que quizás te interese.

-Vale.

Fueron a la cafetería y se sentaron. Pidieron café.

-Bueno, tú dirás.

-Verás Luisa. Te vengo observando desde hace tiempo. Las cosas no te van bien, ¿no?

-No. Tengo que trabajar mucho y casi no tengo tiempo para estudiar. No sé si podré seguir.

-Yo podría ayudarte.

-¿En serio? ¿Cómo?

-Eres una chica muy guapa. Podrías ganar mucho dinero en poco tiempo. Sin problemas.

-¿Haciendo qué?

Elena la miró, y sonrió.

-De puta.

-¿Queeeeeeeee?

-Dinero fácil, poco trabajo.

-¿Estás loca?

-No. Yo era como tú. Mírame ahora. Tengo un buen, piso, un coche nuevo. Y estoy ahorrando mucho dinero.

-¿Eres una..?

-Puta. Sí. No me estoy refiriendo a que hagas la calle. Estarías conmigo en un piso que tengo. Clientes selectos. Con dinero. En un par de noches ganarás más que en cualquier otro trabajo en un mes.

Luisa miró a Elena con la boca abierta. No haría eso en la vida. Ella no era así. Era una chica decente. Se levantó.

-Lo siento, Elena, te has equivocado de persona.

-Bueno, mi oferta está en pie. Si cambias de opinión, búscame.

Se fue. No se podía creer que le hubiese propuesto algo así.

Semanas después, se quedó sin trabajo. Su situación no podía ser peor. No podía acudir a sus padres, que no tenían ya nada. Lo único que podría hacer era dejarlo todo, volver al pueblo y casarse. Tener una vida como la de..su madre.

En su cama, acurrucada, empezó a llorar de desesperación. Entonces le vino a la mente la conversación que había tenido con Elena.

Y en ese preciso instante, su vida cambió para siempre. Acudiría a Elena, sólo para que la informase. Sólo para eso.

La encontró al día siguiente. Cuando se acercó a ella, Elena le sonrió.

-Sabía que volverías.

-Sólo quiero…que me digas como es.

-Ya te dije que es dinero fácil. No estarás en la calle. Estarás en un piso. Los clientes son gente con pasta, nada de tipejos sucios.

Luisa miraba al suelo. Estaba avergonzada de sólo haber pensado en ello. Pero estaba desesperada.

-No es para siempre, Luisa. Puedes dejarlo cuando quieras. Reúnes dinero y terminas la carrera. Sólo trabajas un par de noches a la semana. El resto podrás estudiar.

-Elena..no sé si podré…

-¿Acostarte con desconocidos? Jajaja. Sólo tienes que ser cariñosa con ellos y al final abrirte de piernas. Dinero fácil.

-Lo pensaré.

Se dijo un montón de cosas. Que sólo lo haría por poco tiempo, para salir del bache. Que luego lo dejaría. Y cuando la dueña de piso en que vivía le dijo que le pagaba o se iba, llamó a Elena.

-Lo haré. Pero sólo hasta reunir un poco de dinero.

-Estupendo. No te arrepentirás.

Para los clientes, Luisa era Vanessa. Se supone que las prostitutas nunca dan su verdadero nombre. Ella seguía esa regla. Usó ese nombre desde el principio. El principio o el fin, según se mire.

La primera vez le costó, pero el cliente era un tipo simpático y agradable. Las siguientes veces, la cosa ya fue mejor. Empezó a hacer dinero. Dinero ‘fácil’, que se gastó rápido.

Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba metida del todo. La carrera pasó a segundo plano. Y al final, ya no iba a clase. Esa vida era más fácil. Se pudo comprar un coche. Alquilar un piso mejor. Se compró ropa cara. Y el tiempo pasó.

Luisa, Vanessa para todos, tenía ahora 30 años. La carrera de derecho era sólo un vago recuerdo. Sus padres vivían engañados, pero les mandaba dinero mes a mes y no preguntaban de donde salía.

Algunas noches Luisa se preguntaba como hubiese sido todo si no hubiese conocido nunca Elena. Si hubiese terminado derecho. Pero se decía que su vida no era tan mala. Sin problemas económicos, con una serie de clientes fijos. Y ahorrando para el futuro. En el fondo de su alma, no era feliz.

Un día recibió una llamada.

-¿Vanessa?

-Sí. ¿Quién eres?

-Me llamo Alberto. Tu teléfono me lo ha dado un amigo.

-¿Quién?

-Juan.

-Ah, sí. ¿Qué quieres?

-Pues..

Enseguida notó que el chico estaba cortado.

-El servicio completo son 100€. Si quieres algo..especial…lo negociamos.

-Bien..me parece bien. ¿Cuándo podemos vernos?

-Cuando quieras.

-Oh..bien. ¿A las 8?

-Vale cariño. A las 8. Apunta mi dirección.

A las 8 en punto tocaba Alberto a la puerta del piso de Vanessa. Lo hizo pasar. Era un chico, sobre 26 o 27 años. Bastante vergonzoso. Lo llevó al salón y le dijo que se sentara en un sofá. Ella llevaba una bata floreada. Alberto no la miraba a los ojos.

-¿Quieres tomar algo?

-Un refresco.

-Tienes que pagar por adelantado.

Él le dio lo convenido. Ella le dio una coca cola que Alberto se tomó con rapidez. Ella lo miraba, pero él no se decidía.

-¿No te parezco guapa?

-¿Qué? o sí..eres muy guapa.

Se puso colorado. Vanessa no se rió. Sólo sonrió. Ese chico era muy tímido. Si ella no empezaba, les podían dar las tantas y ya tenía otro cliente para las nueve.

-Ven conmigo, Alberto.

Él la siguió al dormitorio.

-Date una ducha en el baño.

Mientras él se duchaba, Vanessa se preparó. Se desnudó y se acostó sobre la cama, apoyando su cabeza en su mano. Alberto apareció al poco con una toalla en la cintura. Cuando la vio desnuda sobre la cama, dio un respingo.

-Ven aquí.

Se acercó despacito y se sentó junto a ella. La miraba.

-Quítate la toalla.

Alberto estaba excitado. Su miembro apareció ante Vanesaa enhiesto. Ella llevó su mano y lo acarició. Él se dejó.

-Puedes tocarme tu a mi. Puedes hacer lo que desees.

Se extraño de la delicadeza con que él la empezó a acariciar. Lo hacía con dulzura, pasando sus yemas por su piel. Llegó a sus bellos pechos y los cogió entre sus manos. Sus ojos brillaban.

-¿Te puedo besar?

-En la boca no. En lo demás, donde quieras.

La besó en las mejillas, sin dejar de acariciar sus pechos. El miembro en su mano, palpitaba. Alberto se incorporó y admiró su cuerpo.

-Eres hermosa.

-Gracias.

Bajó sus manos, acariciando su piel, hasta llegar a su pubis. Vanessa abrió sus piernas y él acarició su sexo. Vanessa fingió que le gustaba.

-Ummm cariño…que bien lo haces…Me estás poniendo muy caliente.

Alberto notó humedad en aquel sexo. Lo que no sabía era que sólo se trataba de crema lubricante que ella se había puesto antes.

Vanesa sacó un preservativo de la mesita de noche, lo abrió y se lo puso.

-Fóllame cariño..

Alberto se subió sobre ella y la penetró.

-Aggggg que rico mi amor…venga…fóllame…

Ella se dio cuenta de que algo no iba bien. El chico gemía muy fuerte, se movió un par de veces y su cuerpo se tensó. Sintió el calor del semen que llenaba el preservativo.

-Así…así…dámelo todo.

Eran los 100 € más fáciles que iba a ganar. Alberto se quedó sobre ella, resoplando. Luego se salió de ella y quedó sentado en la cama, cabizbajo.

-Lo..siento.

-¿Por qué mi amor?

-No he aguantado nada.

-Bueno, eso no importa. Estabas nervioso. No pasa nada.

Entonces, Vanessa se fijó que el chico estaba llorando. De sus ojos caían dos lágrimas.

-¿Qué te pasa?

-Nada. Lo siento.

-Venga. ¿Qué te pasa?

-Es que…ha sido mi primera vez y no ha sido como yo esperaba.

-¿La primera vez que vas con una prostituta?

El la miró, con esos ojos llenos de lágrimas.

-No…la primera vez que estoy con una mujer.

Ella abrió los ojos, asombrada. No podía creer que aquel chico fuera virgen. No es que fuera Brad Pit, pero tampoco era feo.

-¿Eras virgen?

-Sí.

-Joder. Si lo hubiese sabido habría ido más despacito.

-No es culpa tuya.

Vio como se quitaba el preservativo, lleno de semen. No sabía que hacer con él. Ella lo cogió y lo tiró a la papelera. Cuando lo miró otra vez, se estaba vistiendo. Lo hacía rápido, sin mirarla. Ella se puso la bata.

-Bueno..Vanessa…me ..voy.

Lo acompañó a la puerta.

-Ya sabes mi número. Si quieres volver…llámame.

Cuando él se fue, Luisa se preguntó como era posible que aquel muchacho fuera virgen a su edad, en estos tiempos. Se olvidó de él a los pocos minutos y más tarde llegó el siguiente cliente, un habitual.

Como a los 15 días, recibió otra llamada.

-¿Sí?

-¿Vanessa?

-Si cariño, soy yo. ¿Quién eres?

-Alberto.

-Ummmm…Alberto….pues como no me des más pistas…

-Nos vimos hace unos días.

-Mi amor, veo a mucha gente.

-Soy el amigo de Juan. Esto…el que..

-Ah, sí. Ahora recuerdo. El virgen

Alberto de quedó callado. La vergüenza era muy grande. Luisa se dio cuenta y se arrepintió de haber sido tan brusca.

-Perdona, Alberto. A veces soy un poco bruta. ¿Quieres volver a verme?

-Sí.

-A las 9 me va bien

-Vale. A las 9.

-Hasta luego cariño.

A las 9 en punto, sonaba el timbre. Abrió y lo hizo pasar al salón.

-¿Tomas algo?

-Un refresco.

Le dio un coca-cola y se sentó a su lado. Lo miró a los ojos, pero él no le aguantó la mirada.

-Eres muy tímido.

-Sí, bastante.

-¿Es por eso que eras…ya sabes…a tu edad?

-Sí. Hasta ahora no he sido capaz de tener una relación con ninguna chica. Ni novia, ni nada.

-Y recurriste a…una profesional.

-Sí…me siento tan…mal.

-Te sorprenderías de la cantidad de hombres que se estrenan con …prostitutas. Más de lo que se piensa.

-Pero no a mi edad.

-No..eso no es tan…habitual, no. ¿Qué edad tienes?

-27

-Nada habitual. Pero..eso ya pasó. Ya estás….desvirgado! jajaja

Alberto sonrió. La tensión que sentía se disipó un poco.

-Has querido repetir conmigo. ¿Por qué?

-Pues…ya me costó mucho venir la primera vez. Con una desconocida me resultaría más difícil. Y..además…eres…muy guapa.

-Gracias, cariño. A toda mujer le gusta que le digan que es guapa. ¿Vamos?

Alberto dio un respingo.

-¿A dónde?

-Jajajaja. Al cama.

-Ah, claro…sí..vamos

Lo llevó al dormitorio. Se sentaron en el borde de la cama.

-Date un ducha.

-Ya lo hice antes de venir.

-Bien. Esta vez iremos más despacito. Quiero que tu segunda vez la disfrutes.

Dejó caer la bata que llevaba. Debajo estaba desnuda. Ante Alberto quedaron sus bellos pechos.

-Acaríciame.

Le cogió una de las manos y la llevó a sus senos. El los acarició con delicadeza. Vanessa se echó hacia atrás en la cama y Alberto la siguió. Acercó su boca un pezón y lo lamió.

-Que rico, cariño…sigue así…

Luisa era una experta fingiendo placer. Dejó que el chico la lamiera un poco más, y luego le pidió que se desnudara y se tumbara boca arriba. Miró el cuerpo de Alberto, su duro pene. Acarició la piel de sus muslos y fue subiendo hasta llegar al duro miembro. Lo cogió con la mano y lo acarició.

Generalmente usaba preservativo siempre, incluso para las felaciones, pero en las circunstancias de Alberto, acercó su boca al su enhiesto pene y lo lamió y chupó sin condón.

-Avísame si te vas a correr para parar.

-Umm. sí….

Alberto contemplaba extasiado como aquella bella mujer lamía su hombría. Era la primera vez que alguien le hacía esa íntima caricia y le sensación era maravillosa. Sus manos, su lengua…Vanessa usaba toda su depurada técnica para dar el máximo placer al muchacho.

Con el pene en la boca, brillante de saliva, miró a Alberto a los ojos. Luego lo lamió.

-Ummmm tienes una buena polla, Alberto.

Siempre hay que decirles que están muy bien. Además, en el caso de Alberto no era mentira. El chico no estaba mal dotado.

-Vanesa…agggg…para…

Se la sacó de la boca. Evitó que Alberto eyaculara.

-¿Me quieres follar?

-Sí.

Vanessa cogió el preservativo de la mesilla de noche y se lo puso. Como Alberto estaba boca arriba, decidió montarlo.

-Cariño, vamos a hacerlo despacito, para que no haya ‘accidentes’

Se sentó sobre el duro miembro, que desapareció poco a a poco dentro de ella. Se quedó quieta, mirando a Alberto, sonriendo.

Y entonces, despacito, empezó a moverse. Primero hacia los lados…y después subiendo y bajando.

-Ummmm cariño….cómo siento tu polla dentro de mi….

Alberto no decía nada. Sólo la miraba. Ella le cogió las manos y las llevo a sus senos. Él los acarició con mucha dulzura. Sentía mucho placer, pero esta vez no fue como la primera. Esta vez aguantó mucho más. Al final, estalló. Ahora no trató, como la otra vez, de no terminar. Ahora se pudo concentrar al máximo en su placer.

Le llegó en silencio. Su cuerpo se tensó y Vanessa notó la cálida descarga.

-Ummmmm así mi amor..dámelo todo…cariño….

Vanessa no vio lágrimas en los ojos de Alberto. Vio un sonrisa en sus labios.

-Parece que te ha gustado.

Alberto se hizo un cliente habitual. Venía dos o tres veces al mes. Se fue soltando, pero siempre la trataba con respeto.

En una de sus visitas, él le pidió que se acostara boca abajo. Cuando ella, lo hizo, Alberto empezó a besarla por el cuello, acariciando su espalda delicadamente con las yemas de sus dedos. Luisa cerró los ojos. Aquello era muy agradable. Alberto la trataba con cariño. Casi diría que con amor.

Besó toda su espalda, lamiendo su columna. Besó y lamió sus nalgas. Le hizo cosquillitas.

-Date la vuelta, Vanessa.

Ella tenía un sonrisa en la boca. Se sentía muy bien. Era un cliente, pero se sentía tan bien. Se dio cuenta de que se estaba excitando. Nunca se había excitado con uno de sus clientes. Pero la manera que él tenía de mirarla, de acariciarla….

Cuando le pasó las manos por los pechos, los pezones se le endurecieron. La lengua de Alberto terminó de ponerlos como dos piedras. Lengua que después fue bajando hacia su sexo.

Abrió sus piernas para dejarle paso. Estaba mojada. No era sólo por el lubricante que siempre usaba. Alberto la había excitado. Y al sentir la lengua de él lamer su rajita, gimió de placer. No fue un gemido fingido. Fue real.

Como real fue el orgasmo que estalló contra la boca de Alberto a los pocos minutos. Él no se dio cuenta. Para él no hubo diferencia con otras veces. Suponía que fingía. Ellas siempre lo hacen, se decía. Si hubiese sido un hombre con más experiencia con las mujeres se habría dado cuenta que esa vez el sexo de Vanessa estaba más mojado que otras veces. Y que en el momento del orgasmo le mojó la cara con su flujo.

Ella no le dijo nada. Iba contra ‘las normas’ que las prostitutas gozaran con los clientes. Sólo cogió un preservativo y se lo dio.

-Ahora, fóllame, cariño.

El gemido que salió de la garganta de Luisa cuando la penetró fue muy real. El estremecimiento de su cuerpo cuando él besó su cuello fue muy real. Como real fue el beso que ella le dio en la sien. Nunca lo había besado. Ni a él ni a ningún otro cliente.

-Agggg cariño…que rico….que bien me follas….

Lo rodeó por la cintura con sus pies, atrayéndolo hacia ella.

Alberto la besó en la frente, en las mejillas. Los labios estaban prohibidos. Pero ella lo besó en la mejilla. Ese beso le encantó. Movió la boca y sus labios se encontraron. Vanessa no los quitó. Lo recibió. Incluso metió su lengua en su boca.

Ambos cerraron los ojos. Ambos gemían, próximos al orgasmo. Luisa estalló y su cuerpo se tensó de placer. Alberto por primera vez notó que el sexo de Vanessa tenía espasmos alrededor de su miembro, lo que lo hizo también estallar a él. El placer que sintió al vaciarse dentro de Vanessa fue mucho más fuerte esa vez.

Cuando él estaba en pleno orgasmo, Vanessa siempre le decía cosas. Esta vez no le dijo nada, sólo lo apretó contra ella. Otras veces, cuando terminaba, lo hacía moverse hacia un lado. Esta vez, le acariciaba la espalda.

Cuando se salió de ella y la miró, ella sonreía.

Después de despedirlo, Vanessa se quedó pensando. Aquel chico la había excitado y le había proporcionado dos maravillosos orgasmos. No pudo pensar mucho. El siguiente cliente llegaría pronto, así que se preparó.

Aún seguía en contacto con Elena. Se hicieron amigas, aunque no íntimas. Un día, hablando, le preguntó.

-Elena…¿Algún cliente te ha hecho correr?

-Coño! Pues no. ¿A ti sí?

-Uno. El otro día.

-Ten cuidado.

-¿De qué?

-Luisa, eres una puta. Tienes que ser profesional con los clientes. Tienes que separar totalmente el placer de tu trabajo. Si te enamoras de un cliente estás perdida.

-Hey! ¿Quién ha hablado de amor? Sólo es que me folló bien y me hizo correr. Soy una mujer, al fin y al cabo.

-No, con él tienes que ser una puta, no una mujer.

Elena tenía razón. Eso no puede ser. Se dijo así misma que sólo fue esa vez. Que a lo mejor la pilló en un momento bajo. Que no volvería a pasar.

Pero pasó. Cuando Alberto la visitó la siguiente vez, el trato tan dulce que él le daba la hacía sentirse bien a su lado. Sus besos, sus caricias, la encendían.

«No puede ser, no puede ser», se decía, pero su cuerpo se estremecía con su boca, que no dejaba de lamer su sexo.

«No puede ser», se decía cuando la penetraba profundamente, haciéndola estallar de gozo.

-¿Cuál es tu verdadero nombre?

-Luisa.

-Me gusta Luisa.

Ya no la volvió a llamar Vanessa.

Luisa se dio cuenta de que esperaba con alegría la llamada de Alberto. No sólo por el placer que le daba, sino porque con él se sentía bien. Empezó a dejar más tiempo entre la hora en que veía a Alberto y el siguiente cliente. Así podría estar más tiempo con él. Y ya no tuvo que usar lubricante con él. Él la lubricaba con sus besos, con sus caricias.

Cada vez hablaban más. De sus vidas. Le contó como se había metido en la prostitución.

-¿No has pensado en dejarlo?

-Lo dejaré, claro, algún día. Pero…Ahora no puedo. Al final no sé hacer otra cosa.

-Siempre se pueden hacer otras cosas, Luisa. Podrías terminar la carrera.

Luisa sonrió. Era tan inocente. Estaba marcada para siempre. No podía dejar ese mundo.

Días después se puso enferma. Cogió una gripe muy fuerte, con fiebre muy alta que la dejó débil en la cama. Sola. Ni Elena vino a verla.

Sólo recibía las llamadas de sus clientes para concertar una cita. Les decía que estaba enferma con gripe y que la llamasen dentro de una semana.

Alberto también la llamó. Su voz le reconfortó.

-Lo siento Alberto, pero estoy enferma. Tengo mucha fiebre. ¿Nos vemos la semana que viene? Ya estaré mejor.

-¿Estarás bien?

-Sí, sí. Sólo necesito descansar.

-Vale. Hasta la semana que viene.

-Adiós.

Colgó y apagó el móvil. Ya había recibido la llamada que esperaba. Se acurrucó en la cama y se tapó. Sentía escalofríos. La fiebre se la comía.

Se durmió.

El timbre de la puerta la despertó. ¿Quién sería? Todos sus clientes sabían que estaba enferma. Quizás fuese Elena. Sacando fuerzas, se puso una bata y fue a abrir la puerta. Cuando la abrió se quedó de piedra. Era Alberto.

-Hola.

-Alberto…¿Qué haces aquí.? Ya te dije que estoy enferma.

-Lo sé Luisa. Sólo quería asegurarme que estabas bien.

Luisa casi se echa a llorar. Nadia la había tratado así, con tanto cariño, con tanto respeto. Quería abrazarlo, besarlo, pero estaba tan débil. Se sintió desfallecer, y Alberto con un movimiento rápido la cogió.

-Estás muy débil. ¿Te ha visto un médico?

-No..es sólo una gripe..ya se pasará.

La llevó a su habitación y la acostó. Le tocó la frente. Ardía. Ella lo miraba. No se podía creer que estuviera allí.

Alberto sacó su móvil e hizo una llamada. A la media hora un médico tocaba al timbre. La revisó.

-Tiene mucha fiebre. Voy a mandarle algo para bajarla. Lo mejor son inyecciones. Hay practicantes de guardia que se las podrán poner.

-No se preocupe. Yo tengo experiencia. Mi padre era médico – dijo Alberto.

-Póngale una cada 12 horas. Que tome muchos líquidos y que descanse.

-Gracias doctor.

El médico se fue. Luisa se había dormido. Alberto aprovechó para ir a comprar las inyecciones y algunas cosas. Antes de irse cogió las llaves.

Cuando Luisa se despertó, con la mente embotada por la fiebre, recordaba vagamente lo sucedido. Alberto había venido. Sin llamarlo. Y había traído a un médico. Cerró los ojos. Sólo fue un sueño. Un maravilloso sueño. Ella no era más que una puta, y Alberto un hombre maravilloso.

-¿Estás despierta?

Era la voz de Alberto. ¿Seguía soñando? Abrió los ojos. Allí estaba. Con una bandeja en la mano y un plato humeante.

No. No era un sueño. Era real. Él había venido. En la mesilla de noche estaban las jeringuillas. No pudo evitar que las lágrimas le cayeran por las mejillas.

-¿Qué te pasa, Luisa? ¿Te encuentras mal?

-¿Mal? No..Alberto…ahora que..tú estas…me encuentro…mejor.

El sonrió. Se acercó.

-Te he preparado un poco de sopa. Tienes que comer.

-No tengo hambre.

-Lo sé. Pero tienes que comer. Tienes que recuperar fuerzas. Y después te pondré una inyección para la fiebre.

La hizo incorporarse. Le puso una almohada detrás. Luisa llevó sus manos su cabeza. Tenía el pelo desaliñado.

-Debo de estar horrible.

-Estás preciosa.

Le empezó a dar la sopa. Cogía un poco, pasaba la cuchara por el borde del plato para que no goteara y se le llevaba a la boca.

Luisa miró a aquel hombre que la trataba como a una mujer. Y entonces se dio cuenta. Lo amaba. Con locura. Amaba a ese maravilloso hombre.

«No puede ser», se decía…»soy una puta…no puede ser»

Después de darle la sopa, la hizo darse la vuelta.

-A ver, enséñame ese lindo culito

Sintió el frío algodón impregnado en alcohol y luego el pinchazo. Alberto, con cuidado, fue apretando el embolo despacito, para que no le doliera. Sacó la aguja y volvió a pasarle el algodón.

-Bueno, ya está la primera. Ahora duerme. Tienes que descansar.

Luisa miró el reloj. Eran más de las 11 de la noche.

-Es tarde, Alberto. Tienes que irte.

-En cuanto te duermas, me iré. Luisa.

Ella cerró los ojos y se durmió enseguida.

La claridad de la mañana la despertó. Miró el reloj. Las 8:30 de la mañana. Se sentía mejor. La fiebre había bajado. Aún un poco débil, pero mejor. Todo gracias a Alberto.

Miró al sofá. Y allí estaba él. Hecho un ocho. No se había ido. Se había quedado con ella toda la noche. Lo miró. Parecía un ángel, dormido. Su ángel.

-Te quiero, le susurró.

«No puede ser. No puede ser. Sólo soy una….»

-Buenos días, preciosa.

-Hola…¿Por qué te has quedado? No tenías por qué hacerlo.

-Tenía mucha fiebre. No quería dejarte sola.

Se acercó a ella y la besó en la frente. De pequeña su madre la besaba así cuando tenía fiebre.

-Te ha bajado bastante la fiebre. De todas maneras, te pondré otra inyección.

Cuando salía por la puerta, ella lo llamó.

-Alberto..

-Dime

-Gracias.

-De nada

Si todo fuese diferente, si ella no fuera una…quizás entonces el la podría querer. Pero…no podía ser.

Él regresó con la jeringuilla preparada y el algodón con alcohol.

-A ver ese lindo culete

Riendo, Luisa se dio la vuelta y se bajó el pijama. Nuevamente notó el frío algodón seguido del pinchazo. Después, la delicadeza con la que Alberto le pasó el algodón por la zona hasta que dejó de sangrar.

-Ya está.

Se subió el pijama y se dio la vuelta. Se miraron a los ojos. Aún se sentía algo débil, aunque estaba mucho mejor. Se dio cuenta de que estaba excitada. Que lo deseaba. Su sexo estaba humedeciéndose.

Se incorporó en la cama y acercó sus labios a los de él. Lo besó. Alberto se sorprendió un poco, pero enseguida le devolvió el beso. Luisa cogió una de las manos de él y la llevó a sus pechos, para que la acariciara.

-Luisa…no tienes…que hacer esto…

-Te deseo, Alberto…te deseo.

Cogió la mano con que él acariciaba sus pechos y la llevó a su sexo, metiéndola bajo el pijama. Sintió sus dedos recorrer su húmeda rajita. Gimió de placer.

-Estoy mojada por ti. Hazme el amor…

Alberto se echó sobre ella y los dos cayeron sobre la cama. La besó en la boca mientras la masturbaba lentamente, acariciando con dulzura su clítoris. Sus lenguas se abrazaban la una a la otro.

Con la fiebre parecía que el placer amentaba. Su débil cuerpo recibía aquellas caricias y en poco tiempo notó que el orgasmo se aproximaba. Su cuerpo se tensó y gimió contra la boca de Alberto, cuyos dedos se llenaron de los jugos que el sexo de Luisa soltaba en su orgasmo.

-Aggggggggggg mi amor…que…placer….ahhhhhhhhhhh

No se dio cuenta de que el decía ‘mi amor’. Alberto sí se dio cuenta. Pero no dijo nada. Siguió besándola y acariciándola.

-¿No me deseas? – preguntó Luisa.

-Con todo mi ser.

-Desnúdame…

Le quitó los pantaloncitos del pijama y luego él se quitó los suyos. Luisa miró su duro y palpitante sexo. Lo cogió con su mano y lo guió a ella.

-Hazme tuya…fóllame….

La penetró lentamente, separando las paredes de su encharcado sexo. Cuando estuvo todo dentro, se quedó quieto. Se besaron con amor. Luego, lentamente, se empezaron a mover. El placer que Luisa sentía la hacía gemir, con los ojos cerrados, notando el duro miembro que la penetraba, sus cálidos besos, sus caricias.

-Agggg mi vida…que bien..que rico….siiiiii así…..te quierooooooooo

Alberto aceleró sus movimientos y los dos estallaron casi a la vez. La vagina de Luisa se llenó del cálido semen de Alberto. Entonces fue cuando ella se dio cuenta de las cosas que le había dicho.

Sintió vergüenza.

-Lo siento..

-¿El qué, Luisa?

-Las..cosas que te dije…

-¿Las dijiste de verdad?

Se echó a llorar. Se dio la vuelta en la cama, para no mirarle. Alberto le acariciaba el cabello.

-Luisa..¿Lo dijiste de verdad?

-No puede ser, Alberto. No puede ser…Sólo soy una p.

No la dejó terminar. Le puso la mano en la boca.

-¿Lo dijiste de verdad?

-Sí..Alberto…te quiero…te quiero…

-Luisa…te amo desde la primera vez que te vi.

Lo miró, con los ojos abierto. El corazón desbocado.

-Pero..mi amor…no..no puede ser

-¿Por qué no?

-Por que…soy….una…

-Una mujer…a la que amo.

Se besaron y volvieron a hacer el amor.

Y ya no se separaron más. Alberto la cuidó hasta que se recuperó del todo. Tiró su móvil a la basura y Luisa dejó el piso. Se fue a vivir con él.

La convenció para volver a la facultad y terminar la carrera. Le costó mucho, pero con su ayuda terminó.

Se mudaron de ciudad. A una en donde nadie los conociera y empezaron de nuevo.

Cuando él le pidió que se casara con él, no lo dudó ni un segundo.

FIN

Acerca de abe21abe21
Escritor aficionado

3 Responses to No puede ser

  1. soly says:

    A medida que voy leyendo me va encantando y enamorando más tu manera de escribir!!! me encanta!! paso largo rato leyendo cada relato algunos los repito, el del cazador no paro leerlo creo hasta ahora es mi favorito 🙂 pero este me ha matado en el momento en el que le dice Luisa yo te amo desde que te vi!! Dioss!!! no puedo explicar la emocion y el pequeño grito que di! de verdad que encantada seguire leyendo mas!!
    besos abe

  2. Pame says:

    bastante bueno tu relato, me ha gustado, pero has escrito mucho mejores.
    no se si es imaginacion mia…pero tengo la vaga imprecion que eres abogado…porque lo digo, porque en varias tuyas que he leido, alguno de los protagonistas estudia derecho…pero puede que este en lo falso…ni idea jejeje…mente loka la mia ^^

    • abe21abe21 says:

      Pues no, no soy abogado.
      Soy más de ciencias que de letras. Abogado es la primera carrera que me viene a la cabeza cuando escribo un relato, y como no suele tener que ver con la trama, da igual que carrera es.

      🙂

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